¡Qué emocionante y apasionante fue nuestra travesía hacia la ciudad de Corrientes y el encantador pueblo vecino llamado Riachuelo! Un grupo audaz y valiente, unidos por la sed de aventura, nos aventuramos hacia las Cabañas La Ilusión, un rincón mágico donde la naturaleza y la emoción se fusionaban en un abrazo inolvidable.
Nuestro viaje comenzó desde la capital de Corrientes, donde nuestros corazones latían al ritmo del río que nos llamaba. Emprendimos un desafío digno de los más intrépidos: dos días de kayak en las aguas enérgicas y misteriosas. ¡Imagina el poderoso río llevándonos con ímpetu mientras nuestras palas cortaban las aguas en una danza perfectamente sincronizada!
El primer día fue un canto a la belleza de la naturaleza. Recorrimos 32 kilómetros de pura maravilla: escenarios de ensueño pintados con colores vivos, la caricia del viento en nuestras mejillas y una exuberante vegetación que parecía saludarnos en cada curva del río. La fauna silvestre se asomaba tímidamente, como si quisiera ser parte de nuestra travesía. La noche nos recibió con un cielo estrellado y la promesa de un momento único: armamos nuestras carpas al borde del río, y entre risas y camaradería, un fogón mágico nos regaló un calor que iba más allá de las llamas.
El segundo día, el sol se alzó con un esplendor arrollador, dispuesto a acompañarnos en esta audaz aventura. Nuestro espíritu era inquebrantable, y remar a través de las imponentes barrancas era un desafío que nos llenaba de vida. Playas secretas se sucedían, cada una con su propia personalidad, mientras el calor nos envolvía como un abrazo que nos impulsaba hacia adelante. Otros 21 kilómetros se sumaron a nuestra hazaña, y nuestras sonrisas irradiaban la felicidad de quienes desafían límites y conquistan horizontes.
Nuestro retorno a las cabañas fue un merecido descanso para nuestros cuerpos y almas aventureras. La tarde se sumió en colores cálidos mientras recargábamos energías, sabiendo que aún nos quedaba un último capítulo por vivir. El siguiente día nos llevó a la hermosa costanera correntina, un regalo para nuestros sentidos cansados pero saciados de belleza. Bajo el radiante sol de 33 grados, la playa nos recibió con sus brazos abiertos, y el río, testigo de nuestra epopeya, se mostraba sereno y orgulloso.
¡Oh, qué días inolvidables! Aventura, naturaleza, camaradería y pasión tejieron una historia que siempre llevaremos en lo más profundo de nuestros corazones. Cada palada, cada risa alrededor del fogón, cada mirada al horizonte, quedaron grabadas en nuestra memoria como un testimonio de que somos capaces de abrazar lo desconocido y convertirlo en un recuerdo imborrable.
Y en medio de esta emocionante odisea, nuestra travesía culinaria fue tan apasionante como el río que surcábamos! Imagina deleitarte con sabores que rivalizaban con la belleza de los paisajes. En el primer día de nuestra aventura, mientras navegábamos que llegábamos a las cabañas, salió empanadas fritas caseras de cerdo y vizcacha en escabeche. Cada bocado era un regalo para nuestros sentidos, lleno de tradición y cariño.
El segundo día, después de remar con fuerza y disfrutar de la maravillosa sopa paraguaya y el chipá guazú en pleno contacto con la naturaleza, el festín no hizo más que comenzar. Bajo el cielo estrellado, el calor del fogón nos regaló un banquete espectacular: costillar de capón de cordero, costillar de cerdo y tapa de asado marinada con un cóctel de cuatro especias que despertaban nuestros paladares con cada bocado. ¡Una sinfonía de sabores que se entrelazaba con el crepitar del fuego!
El siguiente día, en una pausa merecida en una playa recóndita, nos esperaba una picada de las diosas, repleta de quesos de produlac y embutidos de las Dinas, que se deshacían en la boca. El hambre se mezclaba con la satisfacción de sentir la arena bajo nuestros pies cansados. A la noche, una fiesta de sabores auténticos nos esperaba en forma de Mbaipy de carne y chorizo, con mandioca frita y hervida, un plato típico que nos conectaba con la esencia de la tierra que pisábamos, de la mano del Chef Emanuel Acosta, oriundo de Concepción de Yaguareté Corá.
En la siguiente etapa de nuestro viaje, mientras descansábamos en la playa, nos entregamos a la indulgencia de unos sándwiches de porchetta de las Dinas con aceitunas y tomates jugosos, acompañados de una variedad de salsas que añadían un toque mágico a cada bocado. Era como si la pasión por la aventura también se hubiera fusionado con la pasión por la cocina, creando una experiencia completa y enriquecedora.
Y finalmente, en la última noche en las cabañas, nuestro deleite culinario culminó con la parrilla encendida y los aromas tentadores del surubí, un regalo de las aguas locales. Las ensaladas frescas y variadas se presentaban como el contrapunto perfecto, equilibrando la intensidad de los sabores y cerrando nuestro viaje con una nota de frescura y satisfacción.
¡Así, entre remadas y sabores, entre paisajes y platos que quedaron impresos en nuestra memoria, forjamos un viaje que alimentó tanto nuestro espíritu aventurero como nuestro amor por la comida exquisita!