Nos lanzamos audazmente a una aventura desbordante de emociones indomables y una adrenalina desbocada.
Partiendo desde Tandil y sus alrededores hacia el misterioso oriente, nuestra travesía prometía ser un viaje inolvidable de tres días. Dos de ellos consagrados a remar en nuestros kayaks, mientras el último sería un merecido descanso para recargar energías. Bajo el cobijo de nuestras carpas, nos enfrentamos a noches impredecibles, donde el viento y la lluvia desafiaban nuestra voluntad, pero jamás lograron doblegar nuestras ansias de conquistar el río Quequén Salado y sus imponentes saltos.
En el transcurso de nuestro dia, nos topamos con el colosal tesoro de la Cascada Cifuentes, un vertiginoso salto de agua de 6 a 7 metros de altura. Allí, valientes y temerarios, nos aventuramos a explorar la gruta oculta tras su cortina líquida, sumergiéndonos en la fascinación de lo desconocido. Desde ese sagrado refugio, desafiamos las leyes de la gravedad, arrojando diminutas bombitas al río en una danza deslumbrante de emociones y pura efervescencia.
La noche cayó, y bajo el fulgor de las estrellas, acunados por los susurros del viento, nos refugiamos en nuestras humildes carpas. Allí, en la penumbra, soñamos con las experiencias del día siguiente, ansiosos por desentrañar nuevos secretos y dejarnos cautivar por la magnificencia de las cascadas que aún nos aguardaban.
El último día, imbuidos de una determinación irrefrenable, nos lanzamos en nuestros kayaks dispuestos a explorar los saltos que yacían entre la usina abandonada y la enigmática Cueva del Tigre. En medio de ese trepidante trayecto, nos encontramos frente a frente con la grandiosidad de la majestuosa Cascada Munpuleofu, un espectáculo colosal de alrededor de 100 metros de anchura y una caída vertiginosa de 5 metros de altura. Nuestros corazones se detuvieron por un instante, asombrados ante semejante magnificencia. La fuerza del agua nos envolvía, dejándonos hipnotizados ante su imponente grandeza. En ese momento, nos sentimos diminutos, meros espectadores en un escenario natural sublime.
Fue una experiencia que desafió nuestros límites y despertó nuestras emociones más primitivas. La risa se convirtió en nuestro himno, y la diversión fue la melodía que nos guió en cada remada. Cada momento grabado en nuestra memoria está impregnado de una pasión ardiente y una sed insaciable de aventura. No habrá un solo día en el que olvidemos esta epopeya inigualable que el río Quequén Salado y sus cascadas nos regalaron. Nos ha dejado una huella imborrable, una marca incandescente en nuestra existencia, que nos inspirará a buscar constantemente nuevos desafíos y a entregarnos, sin titubeos, a la efervescencia y la euforia que solo la naturaleza salvaje puede brindar.
Desde el momento en que emprendimos nuestra aventura, las empanadas fritas se convirtieron en una tradición sagrada. El crujiente exterior dorado y el relleno suculento nos brindaron un respiro reconfortante después de una intensa remada. ¡Nuestros paladares se deleitaron con cada bocado!
Mientras explorábamos las corrientes del río Quequén Salado, no pudimos resistir la tentación de saborear el pescado de río fresco. Preparado con maestría y amor, cada bocado era un encuentro con la esencia misma del río, un regalo para nuestros sentidos.
La noche caía y con ella llegaba el momento culminante: el asado a la estaca. Bajo la destreza del talentoso cocinero Ramiro, presenciamos el arte de la carne en su máximo esplendor. Mientras las brasas crepitaban, la fragancia ahumada nos envolvía, y nuestras papilas gustativas anticipaban la explosión de sabores. Acompañado por una variedad de ensaladas frescas, el asado a la estaca se convirtió en una experiencia gastronómica digna de los dioses.
Entre aventura y aventura, las picadas de las dinas y los quesos de produlac nos brindaron un deleite de sabores y texturas. Cada bocado era una explosión de exquisitez, una sinfonía de sabores que nos transportaba a un mundo de placer y camaradería.
Nuestros desayunos fueron verdaderos banquetes matutinos. Con cafecon leche y mermeladas artesanales con pan, lleno de sabores exquisitos, nos sentimos como reyes al despertar. Cada mordisco era una deliciosa combinación de dulzura y esponjosidad, despertando nuestros sentidos para enfrentar un nuevo día lleno de emociones.
Por supuesto, las meriendas también tuvieron un lugar especial en nuestra travesía. El talentoso chef Laureno nos sorprendió con budines de diferentes gustos, desde clásicos hasta innovadores, que nos regalaron momentos de placer incomparable. Además, disfrutamos de pasta floras y tartas de coco que nos cautivaron con su textura delicada y sus sabores exquisitos.
En definitiva, nuestra salida en kayak no solo nos brindó aventura y emociones desbordantes, sino también una experiencia culinaria extraordinaria. Desde empanadas fritas hasta asados a la estaca, desde picadas hasta desayunos y meriendas dignas de los más exigentes paladares, cada comida fue un deleite para nuestros sentidos. La cocina se convirtió en una parte esencial de nuestra travesía, dejando una marca imborrable en nuestros corazones y en nuestros paladares exigente