Querido amigo te voy a contar una historia que te va a conmover, esto ocurrió en el medio de los Esteros del Iberá, Corrientes, leelo, disfrutalo y emocionate como lo hicieron nuestros dos amigos iwimeros….
El mágico encanto de los Esteros del Iberá envolvía a los aventureros mientras esperaban la llegada de la lancha de apoyo que traería sus pertenencias. Pero al ver que el tiempo pasaba y la embarcación no llegaba, un guía local y dos intrépidos iwimeros decidieron emprender una recorrida por los serpenteantes canales del lugar en busca de la lancha que no llegaba con sus pertenencias.
Guiados por la curiosidad y la belleza del paisaje, se adentraron en las aguas puras y plateadas, donde decenas de ojos curiosos camuflados en la naturaleza los observaban sin dejarse ver. Luego de una hora de navegar, divisaron a lo lejos la lancha averiada y, con una sonrisa de alivio, alzaron algunas cosas y emprendieron el regreso al campamento para dar las buenas nuevas a sus compañeros.
El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el horizonte con una paleta de colores deslumbrante, cuando los aventureros, navegando por aquel paraíso natural, escucharon un sonido melodioso que llegaba desde la distancia. El mágico mundo de los Esteros del Iberá les regalaba más que su asombrosa belleza; ahora, también les ofrecía la música de los dioses.
Sorprendidos y emocionados, se dieron cuenta de que el músico que interpretaba aquellos encantadores chamamés era nada menos que el Chango Spasiuk. Su acordeón parecía conjurar la magia del lugar, y con cada nota que resonaba, el corazón de los aventureros latía al ritmo de la tierra misma.
El tiempo se detuvo mientras Chango Spasiuk tocaba tres o cuatro chamamés, haciendo que los pelitos de los expedicionarios se erizaran y que sus ojos se empañaran de emoción. Aquel encuentro fortuito en los remotos canales de los Esteros del Iberá se convirtió en un regalo del Universo, una muestra de que la vida está llena de sorpresas que hacen que valga la pena vivir y buscar nuevas historias.
Con el alma llena de gratitud y asombro, los aventureros se despidieron del talentoso músico y continuaron su camino de regreso a la isla donde los esperaban sus compañeros. El chamamé, esa música que fluye con el alma del lugar, resonaba aún en sus corazones mientras se dirigían de vuelta al campamento.
La experiencia les dejó claro que cada uno de nosotros es una pequeña historia que, al cruzarse con otras, agiganta la vida de las personas. Los Esteros del Iberá les habían mostrado una vez más que la naturaleza guarda secretos y regalos que solo aquellos que se aventuran a descubrirlos pueden apreciar en toda su magnitud.
Querido amigo que lee esta historia voy a finalizar este relato con algo que les dijo el Chango Spasiuk a nuestros amigos iwimeros:
“estas cosas solo pasan en los Esteros del Iberá…” y vaya que si.