La Lancha version Rastrojero

Los relatos del Curupí...

Había una vez una travesía épica por el Río Gualeguay, en la hermosa provincia de Entre Ríos, allá por el año 2018. Un grupo de intrépidos kayakistas se embarcaba en una aventura agreste de casi tres días, llevando consigo todo lo necesario para sobrevivir en una sola lancha de apoyo logístico. Pero la suerte parecía estar jugando con ellos ese año.

El vaqueano de la zona, encargado de conducir la lancha, se lesionó unos días antes del inicio de la travesía. Pero no hay problema, un amigo de la zona se ofreció a enseñar rápidamente a Ramiro, uno de los kayakistas, a manejar la lancha. “Es fácil”, dijo el amigo confiado. Sin embargo, al llegar a Rosario del Tala y encontrarse con la embarcación, la cara de asombro de todos lo decía todo: aquella lancha parecía más un rastrojero acuático que un barco de apoyo.

A pesar de las dudas, cargaron todo en la lancha, pero la distribución del peso era un desastre. Lo más pesado adelante y lo liviano atrás, un error que ya auguraba complicaciones. Ramiro se puso al volante, recordando vagamente su única experiencia previa en el Río Paraná, con una lancha mucho más sofisticada. Pero había que intentarlo, la travesía no esperaría.

Arrancaron y, a unos 500 metros, el motor se apagó. ¡Pánico! Gritaron a los kayakistas cercanos para que le dieran indicaciones, como una comunicación tribal a lo largo del río. Entre risas y desesperación, el motor volvió a rugir y siguieron adelante. Aunque no por mucho tiempo.

A un kilómetro, el motor volvió a fallar y la lancha empezó a hundirse lentamente por delante. ¡Catastrofe inminente! Pero Ramiro, con nervios de acero, logró rescatar la situación y sacar toda el agua a duras penas. Sin embargo, el motor no quería saber nada y, al día siguiente, a solo dos kilómetros de recorrido, se paró por tercera vez. Fue entonces cuando el hilo de esperanza se cortó y el desastre parecía inevitable.

Ramiro dio arranque tras arranque, hasta que la soga del encendido se rompió. ¡Parecía una broma macabra! No había otra opción: con un remo en mano, Ramiro remó valientemente los 50 kilómetros restantes por el Gualeguay, mientras el grupo buscaba alternativas desesperadas.

El último día, Ramiro, caliente como una papa, recibió la ayuda de su amigo Pablo, que ahora eran hermanos de la vida. Remaron juntos con garra y pasión, escuchando música y tomando cerveza bajo el sol radiante sobre el cauce del río. La llegada fue triunfal, con mucho coraje y determinación, a pesar de los obstáculos.

Aquel viaje entre trágico y cómico, de momentos desastrosos y otros llenos de risas, forjó una amistad indestructible entre los valientes aventureros. Aunque la lancha se resistió y los motores fallaron, el espíritu de camaradería y pasión prevaleció. Con el objetivo logrado, llegaron al final del recorrido con el corazón lleno de recuerdos imborrables y una conexión especial entre ellos.

Así, la travesía por el Río Gualeguay quedó grabada en sus corazones como una experiencia única, donde la perseverancia, el humor y la amistad triunfaron sobre los desafíos. Y como toda gran aventura, esta también tuvo su final feliz, lleno de coraje y pasión.

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