“La Garrotera” y no era el chavo del 8

Los relatos del Curupí...

Había una vez, en nuestros primeros días de cicloturismo, una travesía épica conocida como “La Vuelta de Cura Malal”, que prometía 100 kilómetros de diversión y aventura. Pero como suele suceder en estas odiseas ciclistas, las cosas no siempre salen como se planean. ¡Y vaya si fue así!

La mañana del gran día, todos estábamos emocionados y llenos de energía. Los paisajes eran impresionantes, y las risas no tardaron en hacerse eco entre nosotros. Aunque a mitad del recorrido, un repentino y malicioso viento empezó a soplar, agotándonos poco a poco, pero todavía faltaba la mitad del camino por recorrer.

Después de pasar por dos encantadores pueblecitos y tomar descansos, finalmente llegó el atardecer, y habíamos superado los 100 km que nos habíamos propuesto. ¡Fiesta, pensábamos! Pero allí estaba, agazapada y esperando, la famosa loma que nadie recordaba. Nadie tenía la más mínima idea de dónde salió, como si de alguna broma cósmica se tratara.

El agotamiento empezaba a pasar factura, pero estábamos determinados a completar el recorrido. Mariano, el alma valiente y acalambrada del grupo, decidió enfrentar la loma parado arriba de los pedales. Sus glúteos estaban tan doloridos que sentarse era como rogar por tortura, así que subir de pie parecía ser la única opción.

La loma se asomaba en el horizonte mientras caía la oscuridad. El grupo se veía cada vez más pequeño y agotado, pero estábamos decididos a llegar a la estancia donde pasaríamos la noche. El guía, con un humor agridulce, pronunció la famosa frase: “El que abandona no tiene premio, ¡jaja!”, sin darse cuenta de que estaba citando a Mariano, quien estaba sufriendo lo indecible en su bicicleta.

Mariano subía con determinación, pero justo cuando estaba a punto de alcanzar la cima, los calambres se apoderaron de él. Primero en una pierna, luego en la otra. ¡Pero eso no era todo! Los brazos, la espalda e incluso la frente parecían sufrir espasmos. Ahí estaba, sosteniéndose sobre la bicicleta como una garrotera, imposibilitado de bajar y caminar.

El guía, en lugar de ofrecer ayuda, se convirtió en el cronista de la situación, sacando fotos mientras el resto de nosotros, aún riendo entre jadeos, trataba de no hacer más ruido que nuestras risas. Solo una alma caritativa se atrevió a intentar ayudar a Mariano, pero era difícil entre tanta carcajada.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Mariano logró recuperarse lo suficiente como para volver a subirse a la bicicleta y caminar. Todos llegamos a la estancia, exhaustos pero felices, y Mariano se convirtió en el héroe inmortal de esa travesía.

Gracias, Mariano, por regalarnos esta inolvidable historia llena de risas, calambres y esa loma que nadie recordaba. ¡Seguro que nunca olvidaremos este viaje que nos dejó marcados en las piernas y en el corazón!

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