En una épica travesía en kayak por el Quequén Grande, nuestras embarcaciones parecían una flotilla de canoas canadienses. Llevábamos todos los víveres del día en las canoas, pero siempre había un momento especial: ¡la comida al disco! Porque, sinceramente, cocinar en el disco es como hacer magia culinaria, y ese día teníamos un plan gourmet: unas bondiolas ahumadas de Las Dinas, ¡una exquisitez!
Solo había un pequeño inconveniente: éramos 25 valientes hambrientos, pero solo teníamos 3 bondiolas. ¡Menudo desafío gastronómico! La idea era hacer unos bifes con verduras y cerveza negra, una combinación tremenda.
Durante nuestro recorrido, paramos donde nos apetecía. Por suerte, encontramos una bajada de las vacas en una barranca con árboles arriba. Subir todas nuestras cosas fue un poco complicado, pero la sombra y la vista al río lo valían. ¿Qué otra opción teníamos? ¡Ninguna!
La cocina se puso en marcha: Marcos armó una mesita junto al disco, pero la ubicación no era la ideal. El disco estaba detrás de un árbol que asomaba al borde de la barranca, y la mesa no se sostenía en su lugar. El suelo de tierra inestable no ayudaba. Así que estábamos cocinando al filo de la barranca, con las bondiolas esperando su turno sobre la mesa temblorosa.
Y entonces, el momento inesperado y de suspenso llegó: ¡la mesa se desplomó hacia el río! “¡La bondiola!”, gritaron varios. Laureano, el hermano salvaje de Ramiro, no dudó ni un segundo. Salió corriendo y se lanzó por la barranca como si fuera un superhéroe.
Lo vimos en cámara lenta, como en una película de acción, mientras la bondiola rodaba hacia el río. ¡Pero Laureano no se rindió! Se zambulló en el agua, aguantando como una gata agarrado al fondo, hasta que desapareció en las profundidades.
Nuestros corazones latían a toda velocidad, preocupados por Laureano. Pero después de unos segundos eternos, emergió del río como un auténtico Rambo, sosteniendo en alto la bondiola con sus manos. ¡Qué hazaña, qué logro! Gritamos como una tribuna en la barranca: “¡Ídolo, campeón, genio!”.
Fue un momento épico que jamás olvidaremos. Aclaramos que la bondiola estaba cerrada al vacío, por si alguien se preguntaba si la comimos de esa manera. ¡Qué aventura, qué emoción! Y así, entre risas y aplausos, continuamos con nuestra travesía gastronómica por las aguas turbulentas del Quequén Grande. ¡Siempre listos para nuevas peripecias culinarias! 🚣♂️🍲🌊