Había una vez en el mágico pueblo de Concepción de Yagureté Corá, un grupo de intrépidos aventureros que decidieron embarcarse en una épica odisea de tres días en kayak por los misteriosos esteros del Iberá en Corrientes. Sabían que la aventura sería agreste, pero valía la pena, sobre todo porque tendrían la oportunidad de pasar una noche en un lugar relativamente cómodo con cocinita techada y baños secos. ¡Sí, baños! Esa era la palabra mágica que iluminaba los ojos de todos, aunque algunos llevaban días conteniendo sus ganas de enfrentarse a los temidos “yuyos” del pantano.
La historia transcurre en medio de los exuberantes esteros, donde las risas y los nervios se mezclaban en el aire húmedo. Los valientes aventureros se reunieron alrededor de una guía local, una mujer de autoridad y conducta impecable, quien con seriedad y profesionalismo se dispuso a explicar el intrincado sistema de los baños secos. Para evitar malentendidos, dividió al grupo en dos, como si estuviera impartiendo la sabiduría de un antiguo ritual secreto.
Las instrucciones eran claras, o eso parecía: el migitorio para los caballeros, donde no se necesitaba aserrín, ya que el líquido mágicamente se filtraba a través del aserrín previo. Luego estaba el inodoro de doble agujero, destinado solo para sentarse. Las damas debían hacer su primera obra de arte en el primer agujero y luego los hombres y mujeres debían contribuir en el segundo agujero trasero. Ahí sí, el aserrín hacía su gran debut para tapar olores indeseados. Y finalmente, había una ducha, con agua fría por supuesto, y un misterioso tanquecito que solo los iniciados podían manejar.
Todo comenzó de manera prometedora al día siguiente. Los aventureros emergieron de sus carpas como hormiguitas curiosas, dirigiéndose hacia el santuario de la higiene en formación. Las damas fueron las primeras, en un acto que se podría describir como una procesión en un spa primitivo. Los hombres, en cambio, aún recordaban sus duelos con los yuyos y se aventuraron con cierta cautela.
Sin embargo, el universo cómico tenía otros planes. Uno de los hombres, decidido a enfrentar lo desconocido, entró al baño con valentía pero salió como si hubiera visto un fantasma. Su cabeza se movía de un lado a otro, como si quisiera sacudirse el incomprensible suceso. Y con una mezcla de enojo y desconcierto, se acercó a la mesa del guía Ramiro, quien lo observaba con curiosidad creciente.
El pobre hombre estaba tan exasperado que golpeaba sus manos contra sus piernas como si quisiera sacudir el aserrín mental. Entonces, en un susurro conspirativo, compartió su angustia con Ramiro, revelando el horror: el baño estaba tapado. ¡Tapado por todos lados! Parecía que el aserrín había tomado vida propia y se había rebelado contra su función, invadiendo todos los rincones de los baños secos.
Ramiro, con su habilidad para encontrar humor en situaciones insólitas, no pudo evitar soltar una carcajada. “Voy a agarrar la palita”, sugirió, y el consejo resultó ser más útil de lo que podrían haber imaginado. Pero ahí no terminaba la historia, oh no.
La guía, como un huracán de indignación, descubrió el inaudito desastre. El aserrín rebelde había hecho de las suyas y nadie entendía por qué. ¿Había sido un acto deliberado? Se impuso una solución a modo de castigo: los aventureros debían destapar su propio desastre antes de embarcarse en su día de remo. Y así comenzó una caza de culpables que se convirtió en una auténtica travesía detectivesca, donde cada minuto se analizaba meticulosamente para descubrir quién había sido el “artista” detrás del caos.
Lo cual el otro guía (Marcos) que estaba mas furioso, que cualquiera que estaba en los esteros del ibera, se calzo una bolsa en la mano para protegerla, y meter la mano en esa gran olla de aserrín con lo que uds ya saben… tremendoooooo.
En el fondo de los esteros, entre risas y aserrín, la historia de los baños secos se convirtió en una leyenda hilarante, un recuerdo que nunca se desvanecerá en la mente de esos aventureros. Y en medio de las aguas misteriosas del Iberá, se formó un lazo aún más fuerte entre ellos, unidos por el humor y la camaradería en un viaje que, a pesar de sus baches (¡y montañas de aserrín!), se convirtió en una experiencia que nunca olvidarían.